La vida de Humberto Ortega Saavedra cambió drásticamente tras sus críticas al régimen de su hermano, Daniel Ortega, y las amenazas que recibió.
La vida del general en retiro Humberto Ortega Saavedra, de 77 años, experimentó un cambio drástico el domingo 19 de mayo de 2024. En esa fecha, el medio Infobae publicó una entrevista extensa con el exjefe del ejército sandinista, en la que realizó severas críticas al régimen de su hermano, el dictador nicaragüense Daniel Ortega. Durante la entrevista, Ortega Saavedra afirmó: “Con ausencia sería muy frágil sostener todo lo que hasta ahora ha logrado gran esfuerzo y enormes complejidades. No solo a nivel interno, sino también las fuerzas aliadas izquierdas de los gobiernos de la región. Al único que conocen es a Daniel”. Además, denunció que estaba recibiendo amenazas de muerte, indicando que “ya estoy recibiendo amenazas”.
Esa misma noche, Ortega Saavedra envió un mensaje a la redacción de un diario para informar que su casa había sido rodeada por la Policía, quienes le habían confiscado dispositivos electrónicos que utilizaba para comunicarse. En su mensaje, mencionó: “Estoy escribiendo desde un celular prestado”, a través de WhatsApp. Desde ese momento, no se volvió a tener noticias de él. Al día siguiente, el lunes 20 de mayo, el gobierno de Nicaragua emitió un comunicado de prensa en el que se informaba que Ortega Saavedra se encontraba bajo atención médica, sin reconocer que estaba bajo custodia, y sin explicar las razones que llevaron a informar sobre su estado de salud.
No fue sino hasta el domingo 29 de septiembre que se supo más sobre su situación, cuando el Hospital Militar Dávila Bolaños, ubicado en Managua, informó que el exmilitar sandinista se encontraba en estado grave. Según el parte médico, “El paciente presentó un deterioro brusco de su condición, choque cardiogénico y alteración de la consciencia que ameritó tratamiento en terapia intensiva para mantener cifras de presión arterial”. A la mañana siguiente, a la 01:55 del 30 de septiembre de 2024, el cuerpo médico del Ejército confirmó su fallecimiento.
El comunicado oficial del gobierno no hizo referencia a su grado militar (general en retiro) ni a su cercanía familiar con el actual dictador, quien gobierna Nicaragua con mano de hierro. Sin embargo, el tono del comunicado cambió poco después, valorando “su contribución en las etapas de lucha clandestina, guerrillera e insurreccional, así como su formación inicial y dirección durante los crueles años de la guerra contrarrevolucionaria impuesta por Estados Unidos”. Se recordó su “aporte estratégico como militante en su adolescencia, así como su valentía en acciones militares revolucionarias, como el rescate del comandante Carlos Fonseca Amador en Costa Rica, quien fue baleado y perdió movilidad física en la parte superior de su cuerpo”.
Humberto Ortega Saavedra nació en una familia con una fuerte identidad sandinista, siendo hijo de don Cerda y doña Lidia, y compartió su vida con sus hermanos Daniel, Germania y Camilo. El legado que dejó incluye valiosos fundamentos y testimonios sobre la capacidad y audacia en la historia revolucionaria antimperialista del pueblo nicaragüense.
Apenas 124 días antes de su fallecimiento, el presidente y la vicepresidenta, Daniel Ortega y Rosario Murillo, respectivamente, lo habían declarado “traidor a la patria” en un acto oficial ante la jefatura de la Policía. En esa ocasión, lo acusaron de “traición por haber entregado su alma al diablo” y de haber recibido condecoraciones de Estados Unidos, calificando su acción como un “sacrilegio”, “vendepatria”, “deshonra nacional” y “vergüenza nacional”, describiendo su acto como un “entreguismo”. En diciembre de 2018, en medio de masivas protestas ciudadanas, Ortega Saavedra había sido acusado de “convertirse en un peón de la oligarquía” por haber propuesto elecciones anticipadas como posible solución a la crisis política que vivía Nicaragua.
Humberto Ortega fue un guerrillero que se unió al movimiento Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) poco después de su fundación en 1963. A lo largo de su vida, llegó a ser miembro de la dirección nacional sandinista y encabezó la “tendencia tercerista” guerrillera, que promovía la insurrección en las ciudades y que, en última instancia, contribuyó a la caída de Anastasio Somoza en 1979. Junto a su hermano Daniel, dirigió el país durante la década de 1980, y tras la derrota electoral ante Violeta Barrios Chamorro en 1990, continuó en el Ejército, gracias a negociaciones que buscaban “preservar la paz” tras la derrota de los sandinistas.
Durante los últimos años de su vida, Humberto Ortega se dedicó a escribir libros sobre la historia, principalmente sus memorias de la guerrilla, y a hacer negocios en la sombra, proponiéndose como un estratega en las salidas negociadas que vivió, mostrando desacuerdo con muchas de las intenciones de su hermano de confrontar a la oposición. A pesar de sus diferencias, él afirmaba que su hermano era un enemigo de la oposición, aunque reconocía tener “puntos de vista encontrados” con ellos.
Ortega Saavedra también fue acusado de crímenes y de haber impulsado el servicio militar obligatorio en 1983, lo que resultó en la muerte de miles de jóvenes nicaragüenses reclutados para luchar contra los antisandinistas. Se le atribuye participación en masacres, como la conocida como “Navidad Roja”, que desplazó militarmente a indígenas miskitos asentados en las riberas del río Coco, en la costa caribeña de Nicaragua, y en la que se asesinaron a decenas de ellos en una operación que buscaba despojarles de su base social. Otro episodio notable fue la persecución y asesinato de Jean Paul Genie, quien fue abatido a balazos por su escolta personal el 28 de octubre de 1990, cuando intentaba aventajar una caravana. Este crimen quedó impune.
Cuando se le preguntó si estaría dispuesto a someterse a la justicia para responder a estas acusaciones, Ortega Saavedra respondió: “Abrir heridas sanadas por amnistías sería un largo y desastroso camino para la estabilidad. Igualmente, seríamos procesados, tanto sandinistas como opositores al gobierno, ya sean contrarrevolucionarios armados o civiles que han trabajado en la desestabilización política, así como las Iglesias y el Vaticano, que han alentado crímenes, alfabetizadores, minado puertos y bloqueos económicos, todos considerados lesa humanidad. Entonces, si procedemos a hacerlo, estallará en mil pedazos antes de que se pueda desatar un cataclismo universal”.