La influencia de la mimesis en las relaciones humanas según René Girard
El filósofo, historiador y antropólogo René Girard, originario de Aviñón, Francia, donde residieron los papas, es conocido por su enfoque único sobre la naturaleza del deseo humano. Girard, quien se identificaba como católico, interpretaba esta fe no como una pertenencia a una institución religiosa, sino como una reflexión sobre la vulnerabilidad inherente a la condición humana. En su análisis de las relaciones interpersonales, Girard introduce el concepto de mimesis, que se refiere a la idea de que los seres humanos desean lo que otros desean, y este deseo se convierte en un motor fundamental de nuestras acciones. Según Girard, “todo deseo es un deseo de ser”.
Girard se opuso a las corrientes funcionalistas que predominaban en las ciencias sociales y la filosofía, las cuales buscaban eliminar la significatividad del deseo y la subjetividad en el estudio de las relaciones humanas. Para él, estas relaciones no podían ser reducidas a nociones precientíficas, sino que debían ser entendidas en su complejidad. Su filosofía de la mimesis se inspira en un mito griego que narra la historia de Pigmalión, un escultor que se enamoró de su propia creación, Galatea, a quien trataba como si fuera una mujer real. La diosa Afrodita, al ver su devoción, les otorgó vida, lo que plantea preguntas sobre la naturaleza del deseo y la realidad.
El deseo, según Girard, no es algo fijo o determinado; más bien, es una construcción que se basa en lo que no somos y en un futuro que constantemente se nos escapa. Este deseo se manifiesta a través de la imitación de los demás, lo que es esencial para nuestra humanidad. Girard describe a los seres humanos como un “futuro pasado” y un “pasado futuro”, sugiriendo que nuestra comprensión del mundo está siempre en proceso de evolución, ya que el deseo implica un anhelo por lo que está más allá de nuestra realidad inmediata. En sus palabras, “el deseo no es de este mundo”.
La escasez de lo deseado intensifica la codicia, lo que puede llevar a conflictos entre individuos, comunidades e incluso naciones. Girard argumenta que el deseo es la raíz de muchas disputas, desde las peleas infantiles hasta los divorcios y las guerras, ya sea por motivos religiosos o económicos. Este deseo, a menudo enigmático, se convierte en un “deseo cumplido como deseo” y un “deseo imitado”, lo que puede llevar a una alienación en la que las personas se convierten en reflejos de los deseos de otros, sin poder alcanzar el ideal que han creado en su mente.
La búsqueda de ser como el modelo que deseamos imitar puede llevar a una relación idolátrica, donde se atribuyen cualidades extraordinarias a aquellos a quienes admiramos. Girard describe esta dinámica como una “relación como la de la reliquia con el santo”, donde el deseo de ser como el otro se convierte en una forma de idolatría.
Girard plantea la pregunta de cómo se puede ser el espíritu del deseo, iluminado por las huellas que deja en la oscuridad. En su análisis, el deseo no es algo que nace o muere, sino que es una constante en la experiencia humana. El deseo se manifiesta en la necesidad de ser visto y de ver, creando un cuerpo y un mundo interno que se proyecta hacia el exterior. Este deseo de identidad es complejo, ya que a menudo no se puede articular de manera clara.
El deseo, en su esencia, es inseparable del mundo. Girard sostiene que no existe un mundo sin deseo, y que todo lo que conocemos está impregnado de esta dinámica. La imaginación del deseo es, en sí misma, un deseo de mundo, y la necesidad de lo real se entrelaza con la percepción del deseo. La mirada, como una visión del deseo, y la luz, como aquello que ilumina, son elementos fundamentales en esta exploración de la naturaleza humana.