
El universo de Star Wars ha trascendido los límites del tiempo y el espacio desde que George Lucas dio vida a su primera película en 1977. Lo comenzó como una audaz aventura espacial, inspirada en relatos mitológicos y en los códigos de las películas samuráis, y evolucionó para convertirse en una saga de culto a nivel mundial. Los personajes, escenarios y criaturas de esta galaxia lejana no solo capturaron la imaginación de millones, sino que transformaron a sus protagonistas en íconos culturales. Uno de esos sabios, el Maestro Yoda, es hoy un símbolo de la filosofía Jedi y uno de los más queridos y misteriosos de la franquicia. Yoda, quien apareció por primera vez en El Imperio Contraataca (1980), destaca tanto por su diminuto tamaño y ancianidad como por su profunda sabiduría, con un rostro inconfundible. Sin embargo, a pesar de su aspecto alienígena, tiene una conexión profundamente humana: el personaje fue creado con la inspiración de los mayores pensadores del siglo XX, como Albert Einstein.
El artista detrás de este diseño, Stuart Freeborn, encontró en las icónicas arrugas y mirada del modelo perfecto para dotar de profundidad y empatía al rol que demandaba. La revelación sobre su origen añade una capa fascinante a la ya rica historia donde la ciencia, la mitología y la cultura se entrelazan en un relato épico. La influencia del diseño refuerza la simbología del guardián de conocimientos ancestrales, y también establece un vínculo entre la búsqueda de la verdad en nuestra propia realidad y los valores de la Fuerza en el mundo de Star Wars.
Una faceta oculta de este proceso es que Freeborn, un maquillador británico, fue esencial en la caracterización y construcción estética del imaginario de la saga. Su carrera abarcó seis décadas y participó en proyectos tan legendarios como 2001: A Space Odyssey y Doctor Strangelove, siendo un pionero en el arte de la prótesis y el maquillaje cinematográfico. Al enfrentarse al desafío de crear a Yoda, entendió que debía reflejar una mezcla de humildad, aire de intelectualidad y carisma como guía espiritual. Este proceso creativo se llevó a cabo en su estudio, donde colgaba una fotografía del físico, observándolo. Los profundos ojos expresivos parecían mirar más allá, hacia los misterios del cosmos, y esos detalles eran ideales para el maestro Jedi.
Según Nick Maley, exasistente y colega de producción de Star Wars, el entorno fue esencial para el moldeado de Yoda: “Era ingenio lo que quería, tenían esa intensidad”. La elección de Freeborn capturó la apariencia y consolidó la esencia de Yoda. Inspiró la forma de la cabeza y los ojos, y, como un toque personal, utilizó su propio rostro, integrando rasgos faciales. Así, se convirtió en una síntesis del conocimiento humano, un reflejo del científico creador.
La estética de la imagen del anciano, que lleva el peso de los años, se convierte en un casi sobrenatural mentor para Luke Skywalker en su camino hacia la Fuerza, mostrándole que el poder real reside no en la fuerza bruta, sino en la comprensión y la sabiduría. De alguna manera, este mensaje refleja los propios principios de la importancia del pensamiento crítico y la capacidad de cuestionar el mundo. Freeborn, en una entrevista con la BBC, explicó de manera casual que su personalidad empática y profunda era algo que podía trascender lo mecánico. Los intensos pensamientos profundos que se le atribuían encajaban perfectamente con el arquetipo que entiende las fuerzas místicas que rigen el universo.