Barbara Jane Mackle: la joven que desafió a la muerte tras 83 horas enterrada viva

Barbara Jane Mackle: la joven que desafió la muerte tras tres días enterrada viva.
Barbara Jane Mackle: la joven que desafió la muerte tras tres días enterrada viva.

La madrugada del 17 de diciembre de 1968 comenzó con una mentira y un toque en la puerta. Para Barbara Jane Mackle, una estudiante universitaria de veinte años y heredera de poderosas empresas inmobiliarias en Florida, esta fecha marcaría el inicio de una pesadilla de 83 horas bajo tierra. La noche anterior había sido tranquila en un pequeño motel en Decatur, Georgia, donde ella y su madre descansaban antes de emprender el regreso a casa para las vacaciones navideñas. Ambas pensaban que todo estaba bien, pero alrededor de las 4 de la mañana, alguien llamó insistentemente a la puerta: “Somos detectives, señorita. Su novio ha tenido un accidente”. En un acto de confianza, Barbara abrió la puerta, pero quien esperaba afuera no era un salvador, sino una amenaza.

El hombre que se presentó era Gary Steven Krist, un individuo alto y de aspecto imponente, que atacó de inmediato. Vestía una gorra de policía y portaba una insignia. Lo acompañaba una mujer de complexión pequeña, Ruth Eisemann-Schier, cuyo rostro estaba cubierto por una máscara de esquí. En un solo movimiento, Krist golpeó a Barbara y envolvió un pañuelo empapado en cloroformo sobre su nariz. La resistencia fue inútil; se desplomó en el suelo, con las manos atadas a la espalda. Barbara, que observaba todo sin poder reaccionar, se dio cuenta de que el horror apenas comenzaba. Krist la tomó del brazo con fuerza y la arrastró fuera de la habitación. “No hagas ruido”, le ordenó, apuntándole con una pistola mientras la subía a un automóvil oscuro estacionado. Su madre quedó atrás, aturdida y sola, mientras su hija era llevada a toda velocidad hacia un destino desconocido.

El vehículo avanzó y se detuvo, alejándose de la ciudad y adentrándose en caminos rurales. Las primeras horas fueron un enigma de curvas y oscuridad hasta que, al amanecer, el auto se detuvo en una zona boscosa. La condujeron a una fosa excavada en el suelo. Al borde del agujero, Barbara observó, paralizada, un objeto que estaba destinado a convertirse en su cárcel: un cajón de fibra de vidrio diseñado con precisión quirúrgica para mantenerla viva e inmovilizada. Dentro del contenedor, los secuestradores habían colocado tubos flexibles para aire, una pequeña linterna, agua y algo de comida, así como sedantes. Era un ataúd improvisado, y aunque aún respiraba, sus captores le ordenaron entrar en silencio. Con terror ante la posibilidad de un escape, obedeció. Desde la caja, sacó la cámara y tomó su última fotografía, sosteniendo un cartel con la palabra “KIDNAPPED” (Secuestrada). Esta sería la prueba que enviaría a su familia para exigir el rescate. La tapa de la caja se cerró y, poco después, los sonidos exteriores fueron ahogados por cada palada de tierra que caía encima de ella. Desde el interior, recordó luego, pudo escuchar cómo las capas de tierra golpeaban la caja. “Grité, grité”, escribiría más tarde en su libro Hours Till Dawn. “El sonido se alejaba y ya no pude oír nada”. Agotada, se recostó en la oscuridad, luchando por mantener el control. Afuera, había un silencio que sellaba su prisión.

Mientras se hundía en el pánico, este se tornó luego en resignación. Bajo tierra, escuchaba su propia respiración, y cada minuto parecía una eternidad. “Si me encuentran, seré libre”, repetía, intentando aferrarse a cualquier pensamiento que mitigara su miedo. A su lado, sentía el roce áspero de una manta, y a través de la penumbra distinguía una botella de agua, recordando que ese espacio limitado se asemejaba a una tumba prematura. Sus captores, Eisemann-Schier, habían planeado este secuestro con meticulosidad; también deseaban desafiar los límites de la mente humana. Con una mente retorcida, querían que su víctima pudiera sobrevivir en el encierro, manteniendo su cordura, ya que esto era una pieza esencial para el éxito de su plan.

Durante tres días, Barbara permaneció enterrada. La tenue linterna que le dejaron guiaba tanto las manecillas del reloj como su percepción del paso del tiempo. El único consuelo era un leve flujo de aire que penetraba a través de la ventilación, un alivio frágil que la mantenía consciente de su desesperación. La comida, aunque escasa, estaba impregnada de sedantes; un intento calculado para mantenerla tranquila y adormecida en la quietud del vidrio. “Pensaba en Navidad”, recordó, evocando imágenes del calor del hogar. Pero al mismo tiempo, sabía que un error en el plan podría significar una muerte silenciosa sin dejar rastro alguno. Mientras dejaba de buscar, Barbara luchaba contra el cansancio y el sopor.

El rescate se fijó en 500 mil dólares, una suma que su padre, Robert, un magnate inmobiliario de Florida, estaba dispuesto a reunir. Para los secuestradores, el dinero era un objetivo tangible; la vida de Barbara era un simple detalle en la ecuación. Aislada y atrapada en la desesperación, reunió la suma sin dudarlo, dispuesta a cumplir con la condición de ver un nuevo día. Se movía en silencio, siguiendo las indicaciones de sus captores, conscientes de que cualquier acción podría condenarla. La primera entrega fue un desastre. En el lugar acordado, el FBI observaba desde lejos, esperando a Krist. Sin embargo, una maniobra inesperada obligó a los secuestradores a abandonar la escena, dejando rastros que llevaron a un nombre: George D. Deacon, un alias que Krist había estado usando. Esta fue la primera pista sólida que tuvieron, acortando la distancia entre ellos y el hallazgo del paradero de Barbara. Los agentes se apresuraron a seguir las pistas, oscilando entre la lucidez y el sueño, mientras comenzaban a parpadear, entreviendo la fragilidad de la situación. Años después, Barbara declararía que ese fue el punto en el que estuvo a punto de sucumbir.

La tensión aumentaba a medida que el FBI seguía desentrañando meticulosamente cada segundo crucial. Finalmente, encontraron a Krist abandonado, y las evidencias eran tan inquietantes como reveladoras: documentos falsificados que sostenían proclamaciones firmes de “KIDNAPPED”. Esto confirmaba lo que temían: un juego siniestro orquestado por dos individuos cuya frialdad desafiaba la imaginación. Después de un pago exitoso, Krist contactó y proporcionó coordenadas aproximadas de la ubicación de Barbara. La información, aunque vaga, era suficiente. En una operación contrarreloj, se dirigieron al bosque de Gwinnett County, un lugar denso y solitario, donde el tiempo parecía haberse detenido. Era la mañana del 20 de diciembre cuando los equipos comenzaron a cavar con herramientas improvisadas. Levantaron una nube de polvo y finalmente, tras un cuidadoso levantamiento de la cubierta, encontraron a Barbara, agotada pero viva, con una mirada perdida en el vacío. Emergiendo, sus ojos podían adaptarse a la luz. “Estoy bien”, murmuró, intentando calmar a los rescatistas que la observaban, incrédulos ante su resistencia. Había sobrevivido gracias a su mentalidad inquebrantable y a la esperanza de reunirse con su familia en Navidad.

El país entero se estremeció ante la noticia: una joven secuestrada y enterrada había sobrevivido, un testimonio de las extremas pruebas de supervivencia jamás registradas. Su captor fue arrestado poco después, mientras intentaba escapar con parte del dinero del rescate. Compró una lancha y huyó hacia los pantanos de Florida, confiado en su fuga. Sin embargo, fue cercado rápidamente. En pocas horas, navegaba rumbo a los canales de los Everglades con un botín de 480 mil dólares. Se mantuvo prófugo durante meses en Oklahoma, comenzando una nueva identidad falsa. Ambos enfrentaron consecuencias distintas: el cerebro del plan fue condenado a cadena perpetua, pero tras diez años obtuvo libertad condicional. Aprovechó esa segunda oportunidad para estudiar medicina y llegó a ejercer como médico en Indiana en 2003, aunque perdió su licencia al omitir su historial de antecedentes por secuestro. En 2006, fue arrestado nuevamente en Alabama por intentar traficar cocaína y transportar inmigrantes ilegales, confirmando su inclinación delictiva. Por su parte, Eisemann-Schier fue deportada a su natal Honduras tras cumplir su sentencia.

El rol de Krist en el secuestro lo marcó como parte de la lista de fugitivos más buscados por el FBI, un recordatorio de la audacia con la que ambos perpetraron el secuestro de Mackle. Mientras tanto, Barbara luchaba por recuperar la paz que había perdido, destrozada por el trauma y la intimidad de aquellos días oscuros. Se recuperó físicamente, pero optó por alejarse del ojo público, construyendo su vida lejos de la atención mediática que había disuelto fácilmente. Su testimonio, con una frase que resuena como eco de su lucha, refleja que en los momentos oscuros, el mundo continuaba ignorando su sufrimiento, dejándola sola y aguardando su salvación en medio de toneladas de aire. Este caso permanece como una historia criminal en Estados Unidos, un recordatorio de la capacidad humana para el horror. La joven, sellada en su determinación, logró sobrevivir gracias a las autoridades que la rescataron. A pesar del sensacionalismo que rodeó el caso, ella es una superviviente que se aferra a volver con los suyos. Hoy, vive en la discreción, alejada de los medios que le otorgaron protagonismo involuntariamente. Su historia, no obstante, sigue siendo un símbolo de lecciones aprendidas: una mezcla de ingenio criminal y valentía que recuerda que incluso en circunstancias desesperadas, se puede emerger sin rendirse.