
Un análisis revela que la práctica habitual de modificar contraseñas puede generar más riesgos que beneficios en la seguridad digital.
Desde el Instituto de Tecnología y Estándares de Norteamérica se han actualizado las pautas relacionadas con la seguridad de las contraseñas. Una de las modificaciones más significativas es la eliminación de la recomendación de cambiar las contraseñas de manera periódica. Esta decisión se fundamenta en la observación de que la obligación de cambiar las contraseñas puede tener un efecto adverso en la ciberseguridad de los usuarios. En muchos casos, cuando se requiere que las personas cambien sus contraseñas, tienden a elegir opciones que son más fáciles de recordar, lo que a su vez las hace menos seguras.
Los expertos en ciberseguridad han señalado que, para que una contraseña sea considerada segura, debe cumplir con ciertos criterios de longitud y complejidad. En particular, se recomienda que las contraseñas tengan más de ocho caracteres. Esta longitud es crucial, ya que incrementa la dificultad para que los hackers puedan comprometer la seguridad de los datos de los usuarios. Además, se aconseja que las contraseñas incluyan una combinación de letras, números, símbolos, así como el uso de mayúsculas y minúsculas.
Con respecto a las políticas de seguridad, los especialistas han indicado que ya no se debe exigir a los usuarios que cambien sus contraseñas en intervalos regulares. Esta nueva directriz busca fomentar la creación de contraseñas más seguras y memorables, evitando que los usuarios opten por combinaciones simples que pueden ser fácilmente adivinadas o descifradas.
En resumen, las actualizaciones en las pautas de seguridad de contraseñas del Instituto de Tecnología y Estándares de Norteamérica reflejan un cambio en la estrategia para proteger la información de los usuarios, priorizando la creación de contraseñas robustas y evitando la presión de cambios frecuentes que pueden resultar contraproducentes.