
En el corazón de una de las celebraciones más emblemáticas del calendario judío, Pésaj, se encuentra un plato cargado de memoria y simbolismo: la Keará. Esta bandeja ceremonial, que ocupa el centro de la mesa en la noche del Séder, no solo presenta un conjunto de alimentos rituales, sino que también inaugura formalmente el relato fundacional del Éxodo. Con su disposición de seis elementos, constituye un dispositivo visual y gustativo que estructura la secuencia del encuentro. Este año, la festividad se extiende del 12 al 20 de abril. Durante estos ocho días, se evita el consumo de preparaciones leudadas como panes, galletas, pastas y cerveza, entre otros. Esto se debe a que se conmemora el recuerdo de la huida precipitada de Egipto. Según la tradición, el pueblo hebreo abandonó tan rápidamente ese territorio que no hubo tiempo para dejar fermentar la masa del pan que iban a comer. Así, el pan sin levadura o matzá se convirtió en el alimento distintivo de la travesía, preservando un recordatorio material del trayecto recorrido hacia la libertad.
La festividad comenzó ayer, y el primer momento fue la colocación de la Keará sobre las mesas de millones de hogares judíos en todo el mundo. La cena está compuesta por una serie de acciones estructuradas, cantos y lecturas que siguen un orden determinado. Guiando este proceso se encuentra la Hagadá, un texto litúrgico que recopila relatos, instrucciones y fórmulas para conmemorar la salida de Egipto. Este texto establece qué debe hacerse en cada momento: cuándo beber la copa de vino, y en qué parte se toma el maror, un punto ritual que introduce un símbolo importante.
A lo largo de la velada, los participantes leen en voz alta pasajes que evocan la esclavitud, las plagas y la intervención divina durante el tránsito, todo ello acompañado de elementos tradicionales. Así, más que una simple comida festiva, la ceremonia permite a los asistentes recorrer el camino de los hebreos hacia la libertad. La Keará reúne los componentes principales, cada uno de los cuales ocupa un lugar específico: Zeroa, Beitzá, Maror, Jaroset, Karpas y Jazeret. Este adorno ceremonial funciona como el núcleo tangible del rito y, al mismo tiempo, como un archivo de la historia transmitida de generación en generación.
La Keará menciona lo que se consume, y las asociaciones que se activan durante la lectura convierten a este soporte físico en una narrativa ancestral. Su carga simbólica excede lo individual y familiar: converge en un culto centralizado en Jerusalén y en las marcas de la diáspora, así como en las adaptaciones culturales de la redención colectiva. Cada elemento vuelve a activar un repertorio que reafirma el paso del pueblo judío desde la servidumbre hasta el inicio de su libertad, delimitando un espacio que traza los contornos que guiarán toda la velada. La Keará no solo abre la celebración, sino que también ordena y da cuerpo a la misma, siendo, en sí misma, una condensación de la historia y la tradición judía.