
Los recuerdos asociados a la comida son particularmente intensos debido a su conexión con los sentidos del gusto y el olfato. El bulbo olfatorio tiene un acceso directo al sistema límbico, que es el responsable de la memoria y las emociones. Este sentido del olfato provoca respuestas emocionales rápidas, superando a otros estímulos sensoriales. Lo esencial es que los sabores y olores activan una red neuronal que incluye la amígdala y el hipocampo, lo que permite la evocación de recuerdos detallados y emocionalmente cargados. Esta reacción se debe a la proximidad de las áreas cerebrales vinculadas a la memoria. Por esta razón, un plato familiar puede transportarnos instantáneamente a nuestra infancia, generando nostalgia y emociones vivas.
Comprender estas aplicaciones terapéuticas podría potenciar el uso de los sentidos en el tratamiento de trastornos y mejorar el bienestar personal. La comida tiene el poder de llevarnos a distintos lugares y momentos especiales. Por ejemplo, el regreso a la infancia puede estar ligado a la cocina de una abuela o a las recetas de una madre, rodeados de aromas familiares y risas. Un simple bocado puede desatar un torrente de recuerdos que despiertan sensaciones dormidas, desde la seguridad de un hogar hasta la alegría de un postre especial. En este contexto, se encuentra la raíz de cómo el cerebro almacena experiencias, siendo el secreto de esta poderosa conexión que está ubicada muy cerca de donde se manejan las emociones.
A diferencia de otros sentidos, el camino hacia el sistema límbico es directo, lo que permite que los recuerdos se activen de manera inmediata. Por ejemplo, el aroma de una sopa recién hecha, milanesas o un guiso de sabor dulce puede hacernos revivir sensaciones que creíamos olvidadas. Este fenómeno es común en la forma en que nuestro cerebro procesa las experiencias asociadas a la comida, haciéndolas duraderas y memorables. La ciencia detrás de este fenómeno revela que los recuerdos pueden ser devueltos al presente a través de la comida, y el toque único de cariño que se le añade a los platos hace que sean aún más memorables.
En un diálogo con Infobae, Claudio Waisburg (MN 98128), médico neurocientífico y director del Instituto SOMA, así como ex jefe de Neurología Infantojuvenil en Ineco, explica que los recuerdos y la comida están estrechamente relacionados. Waisburg señala que, aunque es importante, no es el único factor decisivo. “El sistema límbico es, efectivamente, poderoso en varios aspectos. Desde la neurociencia sabemos que están interrelacionados, pero la conexión es directa y profunda, especialmente en el hipocampo, que es clave para la memoria”, explica Waisburg. Además, menciona que “los recuerdos se activan de manera menos filtrada, de forma inmediata”. Esta singularidad hace que sean capaces de evocar memorias de manera rápida y vívida. En otras palabras, acceden a los recuerdos sin pasar por el tálamo, lo que genera recuerdos intensos y vívidos a partir de los sentidos.
El sentido olfativo humano cuenta con aproximadamente 12 millones de receptores en la cavidad nasal, que capturan moléculas de olor y envían señales para su procesamiento. Con alrededor de 450 tipos distintos de receptores, somos capaces de percibir combinaciones de moléculas, lo que nos permite distinguir entre una salsa comercial y una receta casera de una abuela. Según Susan Whitbourne, profesora de psicología en la Universidad de Massachusetts, “la experiencia sensorial es significativa porque involucra cinco sentidos”. Whitbourne añade que “los recuerdos provocan mucha emoción porque existe todo ese contexto del lugar donde se prepara y se come, lo que convierte algo simbólico en algo con otro significado”. Muchos de nuestros recuerdos de la infancia no son solo sobre una tarta de manzana, sino sobre la experiencia completa de ser parte de una familia, el cuidado y el cariño que se le añaden, lo que les otorga un significado adicional y una cualidad sensorial.
La comida puede involucrar dos sentidos, estimulando el gusto y el olfato, pero también puede incluir la vista, el tacto e incluso el oído, como el sonido de la cáscara crujiente o el chisporroteo de los alimentos al cocinarse. Esta sinergia crea recuerdos vívidos que son fácilmente recuperables. Sin embargo, ¿cómo sucede esto? ¿Qué mecanismos se activan? Cuando probamos lo que comíamos, se activa la corteza entorrinal, que es clave para la formación de recuerdos y que preserva experiencias específicas con una fuerte carga emocional. El neurocientífico consultado explica que esta asociación conecta los recuerdos sensoriales y se encarga de almacenar esos recuerdos emocionales. Dado que estos recuerdos suelen asociarse con experiencias significativas y familiares, se refuerzan aún más. Así, se evoca una imagen de la infancia que está profundamente relacionada con las experiencias episódicas personales.
Expertos de la Mayo Clinic se refieren a la capacidad de recordar eventos específicos. Estos recuerdos pueden variar de una persona a otra, incluso si compartieron la misma experiencia. Los detalles pueden incluir aspectos emocionales, así como el tiempo y el lugar. El psicólogo Hadley Bergstrom, profesor asistente en Vassar, menciona que “tienden a ser recuerdos asociativos”. Los recuerdos sabrosos pueden formarse a lo largo de toda la vida. La clave para definir la identidad autobiográfica se refleja en el desarrollo a largo plazo. Estudios muestran que los recuerdos autodefinitorios surgen en la vejez, mientras que la niñez está vinculada a momentos felices, y la juventud a las primeras experiencias. En la adultez, los recuerdos tienden a centrarse en hitos importantes, como el nacimiento de un hijo o logros profesionales. En la vejez, los recuerdos comunes suelen relacionarse con los abuelos y la jubilación, reflejando etapas psicosociales. Erik Erikson incluye conceptos como confianza y autonomía en la niñez, así como intimidad e integridad en la adultez, que se codifican durante esta etapa, alcanzando un 45% de los recuerdos.
Este hallazgo es significativo, ya que contrasta con la tendencia de la juventud, conocida como el bache de reminiscencia. Aunque investigaciones previas muestran que los recuerdos autobiográficos tienden a concentrarse en este nuevo análisis, la importancia de los períodos formativos de recuerdos relacionados con la comida refuerza la idea de que los recuerdos son menos visuales y auditivos. A pesar de que pueden ser difíciles de recuperar, muestran un potencial particular para desenterrar recuerdos olvidados. Esto se relaciona con el cerebro, que señala que los recuerdos desencadenados son propensos a ser intensos, coincidiendo con lo que se conoce como el efecto Proust. La investigación reafirma que los recuerdos personalizados pueden mejorar la recuperación autobiográfica en contextos terapéuticos clínicos. En esta línea, una revisión realizada por Jeffrey D. Green, Chelsea A. Reid, Margaret Kneuer y Mattie V. Hedgebeth analizó los recuerdos provocados por estímulos potentes y relevantes, abordando los fundamentos fisiológicos, neurológicos y psicológicos que explican cómo evocan emociones positivas intensas.