“Algunas bestias”, de Jorge Riquelme: radiografía al clasismo chileno

El filme dirigido por Jorge Riquelme, con un notable elenco, funciona como drama y thriller psicológico que devela el profundo y arraigado clasismo de los chilenos, así como los conflictos generacionales.

La película chilena “Algunas bestias” es dirigida y producida por Jorge Riquelme Serrano y fue filmada el 2019 en la Isla de Chaullín, frente a Calbuco. Aborda la temática de los conflictos de clase y generacionales al interior de una familia como metáfora de la sociedad chilena actual.

Una familia desembarca con entusiasmo en una isla deshabitada en la costa sur de Chile con el sueño de construir un hotel turístico en el lugar. Cuando el hombre que los cruzó del continente desaparece, ofendido por el trato de ciertos integrantes de la familia, ésta queda prisionera en la isla. Con frío, sin agua y sin certezas, los ánimos y la convivencia empiezan a diluirse, dejando al descubierto las bestias que esconde el grupo familiar.

Riquelme consigue un eficaz retrato social de la intimidad de la familia en representación de los conflictos de la sociedad chilena. La película inicia con un gran plano general cenital de la isla y, luego, otro similar de la bahía y la casa (en una focalización del objeto), con la familia desembarcando de la lancha junto al cuidador. Estos planos sitúan al espectador en la visión amplia y sociológica del grupo humano, compuesto por los abuelos, los padres y dos hijos.

La solicitud de Ana (Millaray Lobos) y Alejandro (Gastón Salgado) a sus padres y suegros, respectivamente, del apoyo económico para levantar el emprendimiento turístico en la isla marca el inicio de las desconfianzas y sutiles discriminaciones clasistas de los suegros hacia Alejandro, así como el paternalismo condescendiente hacia Ana. Los nietos, Máximo (Andrew Bargsted) y Consuelo (Consuelo Carreño), se debaten aislados en sus problemáticas adolescentes sin comunicación efectiva con sus padres y abuelos.

El prolijo guión, a cargo del director y Nicolás Diodovich, elabora complejos personajes como arquetipos sociales. Antonio (Alfredo Castro) y Dolores (Paulina García) son un matrimonio mayor que nunca aceptó a Alejandro como su yerno. Cuando éste y su hija les solicitan apoyarlos económicamente, mediante la venta de terrenos de Dolores que en cuestión de pocos años se desvalorizarán, inmediatamente reaccionan culpando a Alejandro de estar detrás de la invitación a vacacionar en la isla, la que califican de “encerrona”.

Los diálogos del libreto están muy bien construidos: en una escena, después del almuerzo donde se planteó la solicitud en la sobremesa, toda la familia sale a recorrer los senderos de la isla, en una naturaleza agreste. Las refinadas bromas de Antonio a su yerno son la típica expresión del humor clasista elegante de los sectores pudientes chilenos, con toda su ironía disfrazada de carácter liviano. Cabe destacar, en este y todo metraje del filme, la actuación de Alfredo Castro, quien sabe interpretar al hombre mayor de clase media alta, conservador y cínico, tal como lo hiciera en la cinta “No”, de Pablo Larraín.

La partida del cuidador de la isla incrementa progresivamente la tensión dramática en el filme, momento en que los familiares muestran lo peor de sus personalidades, con sus miedos e instintos en pugna. No es menor el rol actoral que ejerce Paulina García, como la mujer de buena familia, a la vez que frívola y avara, insensible frente a las demandas de su hija e implacable ante la “rotería” de su yerno.

La isla donde se encuentra la casona, que Alejandro y Ana pretenden convertir en hotel, tiene cercano a la residencia una casa en la cima de un árbol frondoso. Es ahí donde se refugian Antonio y Dolores, para evadir la inclemencia del tiempo y la dureza de las incomodidades, sitio que a la vez funciona como una locación argumental y símbolo de lugar de poder, donde vigilan a su hija y yerno y reflexionan, con un paternalismo despiadado, sobre la raíz del conflicto, según su mirada. “Este es un problema de clase, de pertenencia”, le confiesa Antonio a su esposa.

La naturaleza agreste del entorno cumple un rol importante, generando tensión psicológica y sensaciones íntimas, al ser muy bien articuladas en las tomas dirigidas por Riquelme, pero que también tienen el mérito de la fotografía de calidad de Eduardo Bunster y la música incidental del talentoso Carlos Cabezas.

El personaje de Consuelo, una adolescente frágil y vulnerable que busca su identidad, juega un rol clave en la escena del clímax argumental: transcurridos días de la partida del cuidador, con los ánimos muy deteriorados, Ana y Alejandro invitan a Antonio y Dolores a participar en un juego de mesa, para distenderse, en el cual también participan los nietos. Consuelo se sienta sobre las piernas de su abuelo y, en un momento particular, se aplica el labial que ha hurtado a su abuela, en un claro simbolismo sexual. Enterarse del hurto de su labial desata una ira desmedida en Dolores, con lo que la familia entra en crisis declarada y se agudizan los conflictos de clase y generacionales.

El desenlace entrega un mensaje poco esperanzador, pero muy fuerte y valioso en lo que respecta a “Algunas bestias” como obra de denuncia social: los realmente dañados de esta bestialidad develada son los más vulnerables e inocentes, pues los mayores desquitan todas sus debilidades en ellos.

La película de Jorge Riquelme ha obtenido reconocimientos en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse, el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y en el Festival Internacional del Nuevo Cine de La Habana.

Es un excelente filme que hurga de forma inteligente y sensible en los vicios más arraigados de la sociedad chilena.