En la era del streaming y las redes sociales, existe un ferviente deseo de toda una generación de revivir una época en que los artistas eran realmente inalcanzables, por lo que tocaba hacer múltiples esfuerzos para tenerlos cerca, aunque fuera en un póster pegado a la cabecera de la cama. Los fanáticos de aquella era grababan en casete y en VHS, atesoraban el CD —sobre todo si era original— y no había más red social que las cartas publicadas en las revistas juveniles, en las que se podía saber en qué estaban aquellos ídolos. El TV cable se encargó de acercarlos a través de MTV —cuando era un canal de música y no un compendio de realities de borrachos— en medio de la eterna espera de una visita a Chile.

Los Backstreet Boys comprendieron todo aquello a la perfección, con la claridad de quienes ganan dinero principalmente a través de la nostalgia. Con un setlist que aseguraba la presentación de gran parte de sus éxitos, la boy band más importante de los 90 volvió a la Quinta Vergara con la mejor sonrisa. De alguna forma, el público que agotó las entradas en dos horas había madurado junto con ellos. Muchas de sus fanáticas tienen hijos con sus nombres, tal como se repitió hasta el cansancio en los memes de la jornada. No importaba si uno tenía un poco más de guata u otro lucía un rostro notoriamente estirado. El sueño se hizo realidad, se subieron al escenario y fueron los mismos de siempre.

Rara vez se ha visto un monstruo más ruidoso como el de anoche. Al fin resultó la magia de la cámara viajera y mostró una Quinta absolutamente repleta. Tal era el entusiasmo que Martín Cárcamo y María Luisa Godoy eligieron entrar desde el palco. Nick, Brian, Kevin, A.J. y Howie D abrieron su show al ritmo de “Larger Than Life”, una canción escrita antes de comenzar el nuevo milenio y cuyo objetivo fue agradecer a sus fanáticos por el apoyo. Ellos no se guardaron los artilugios de la era reciente: Nick hizo una transmisión en vivo por Instagram.

Se trataba del número más esperado, al que le correspondía enaltecer un festival salpicado de debilidades. Desde el punto de vista del televidente, el sonido presentó algunas irregularidades y el over playback —que significa cantar en vivo sobre una pista con voces grabadas— a ratos fue más poderoso. Pero eso no importó, porque los Backstreet Boys estaban en Chile y eso superaba cualquier cosa. Es más: ningún recordatorio en contra de Nick Carter, acusado de violar a una fanática en 2003 y libre de cargos por prescripción del caso, impidió que el monstruo le gritara “mijito rico”.

Volviendo a la Quinta Vergara, el quinteto se lució con coreografías muy trabajadas y una fuerte cercanía con el público. Se cambiaron de ropa cuatro veces, de vez en cuando pasaban el micrófono a las chicas que estaban en primera fila, recogieron banderas, mostraron un cartel con una fotografía de ellos en sus comienzos e incluso tuvieron la cortesía de ensayar y mostrar su mejor español en contadas ocasiones. Gracias a eso, el monstruo pudo cantar “Nunca te haré llorar” con la fuerza de un exorcismo y abrazado a una almohada imaginaria, pensando en el amor de adolescencia. El punto máximo fue cuando la cámara enfocó a un extasiado Felipe Avello, uno más que cumplió su sueño de verlos. Una vez más, todos fuimos Felipe Avello.

La casi perfección de su show contrastó con los tropiezos de los animadores. Ante la prensa aseguraron que practicaron su inglés, pero frente a los mismísimos Backstreet Boys se enredaron con las frases y la pronunciación. Aquel porrazo dejó una lección infalible en tiempos de selección escolar: estudiar en un colegio con nombre anglo no garantiza convertir al alumno en bilingüe. De todos modos estamos en Chile, un país contradictorio que tiene el spanglish en un pedestal y que puso a los “BackstreetS Boys” como el trending topic de la noche.

Con “Everybody”, el grupo se retiró con la convicción de haber dejado satisfecho a su público y la promesa latente de regresar en el marco de la gira de su nuevo disco, “DNA”. Sin embargo, el monstruo no conoce la palabra “satisfacción” cuando se trata de estrellas de verdad, en especial si ellas no reciben la burocrática gaviota de platino. Las pifias se escucharon hasta Las Vegas, sobre todo en el backstage, que ocupó una vez más el recurso de colocar a Sebastián Yatra como escudo. Pero el colombiano recibió el reproche de un publico enojado al osar cantar como los Backstreet Boys. Los animadores tampoco hicieron mucho, con un guión sacado de un call center para intentar calmar los ánimos.

En ese clima ingresó Mauricio Palma, la carne de cañón elegida por la organización. Estaba nervioso, las palabras se le escapaban y en sus silencios cabía un universo entero. El monstruo se armó de paciencia para escuchar una rutina en la que apeló a la política y la situación país para sacar alguna sonrisa. Tuvo algunos pasajes acertados, pero lo cierto es que recibió más aplausos de ánimo que carcajadas. La lentitud de su monólogo, centrado un buen rato en las catástrofes de los últimos años, lo expuso ante un público cabreado. Tuvo que recurrir al recurso Rimember Chile —recordar comerciales, hablar de las fiestas del pasado y apelar a la misma nostalgia— para sobrevivir y no ser el segundo devorado del humor.

Recién después de la primera pausa, en la que recibió la gaviota de plata, recurrió al personaje que muchos esperaban: Violento Parra, aquel trovador ABC1 que le canta a Valle Nevado y a Lucía Hiriart. Aquel recurso le valió la gaviota de oro. El consenso fue “le regalaron las gaviotas”, pero en realidad los premios representan una indemnización por colocar a un comediante nuevo después de un número que agotó entradas en dos horas. Hubo más justicia el año anterior, cuando Sergio Freire tuvo que actuar después de CNCO, otra boy band —cuya calidad ha sido puesta en duda muchas veces— cuyas miles de fanáticas son menores de 18 años y se instalaron durante días afuera del Hotel Sheraton, llenando la vereda y dificultando el paso de los peatones.

En resumen: Mauricio Palma habrá sido débil en contenido y dejó botados al resto de sus personajes, pero pasará a la historia por dar vuelta un marcador imposible la misma noche en que Jani Dueñas borró su Twitter y le puso candado al Instagram.

Avanzada la noche, la mitad de la Quinta Vergara se fue mientras se desarrollaban las finales de las competencias que supuestamente dan vida al Festival de Viña. En la internacional, la peruana Susan Ochoa se llevó las dos gaviotas de interpretación y mejor canción con una poderosa balada. Los argentinos Destino San Javier derrotaron en la folclórica a Benjamín Walker —nominado a un Grammy Latino, pero calificado por el público con un 3,2— y también recibieron los dos premios de la competencia. Las lágrimas de los ganadores, que ven al Festival Viña como el sueño más anhelado, deberían provocar la suficiente vergüenza como para enderezar el certamen.

Camila Gallardo, “Cami”, sale a escena pasadas las 2:30 de la madrugada. Es la única artista chilena de la parrilla festivalera, pero la colocan en un horario y en un día en el que la mitad del público no se esforzaría en quedarse. Pero ella es poderosa, en voz y personalidad, y cautiva a un monstruo reducido, aunque fiel. Al principio da muestras de ansiedad, pero luego se va afirmando y se planta con la calidad vocal con la que hoy ostenta una carrera ascendente. El tuitero chaquetero afirma que “grita mucho”. Pero grita afinado, con una fuerza desgarradora que a esos mismos críticos no les sale ni en la ducha ni en la borrachera del karaoke.

Sus compañeros del jurado son sus mayores aliados. Sebastián Yatra la mira con esa devoción que sólo se ve en los mexicanos que adoran a la Virgen de Guadalupe. Loreto Aravena corea “Más de la mitad”, la misma que acompañaba sus escenas de amor en “Preciosas”. Tini Stoessel, la visita ilustre, es una de las que lidera la hinchada y a la vez abraza a un cariñoso Yatra en “Abrázame”, encendiendo las redes sociales. Cami recibe tanto amor dentro y fuera de la Quinta Vergara que aquello compensa la indecente ausencia de la galería. Martín Cárcamo le dice que cuando sea “grande, grande” volverá a recibir el cariño del público. En realidad, debió decirle que cuando sea “grande, grande” recibirá trato de show principal y no de cierre de transmisiones.

Hoy termina el Festival de Viña y, curiosamente, el público sí se quedará hasta el final gracias a Becky G. A estas alturas, lo único que se puede esperar es que tanto ella como Bad Bunny gocen de un sonido de show internacional y no de bingo de colegio. Para alivio de los animadores, estos artistas hablan español, por lo que no debería haber más condoros lingüísticos. Sin duda, esta celebración de los 60 años ha sido la más extraña de todas, como una piñata de cumpleaños a la que se rompe el cordel.